💨 “Doctor, me dijo que eran mocos… ¡Y acabó con neumonía!”
- JOSE ANGEL BILBAO SUSTACHA
- 20 oct
- 6 Min. de lectura
TL;DR: No, los mocos no bajan al pecho ni suben al cerebro. Pero algunas infecciones respiratorias pueden complicarse y afectar bronquios, pulmones o, en raras ocasiones, las meninges. La clave no está en el miedo ni en medicar “por si acaso”, sino en vigilar, reconocer señales de alarma y saber cuándo volver al pediatra.

🧠 Los mocos no bajan… pero la infección sí puede moverse.
Cada otoño, cada invierno, cada guardería… vuelve la misma historia: el primer moco, la primera tos, la primera noche en vela. Y cuando todo parece bajo control, alguien dice la frase:
“Ten cuidado, que los mocos bajan al pecho.”
No. Los mocos no bajan. No hay ningún tobogán que conecte la nariz con el pulmón por donde el moco se deslice alegremente. Lo que sí puede bajar es la infección o la inflamación que los produce.
Y esa diferencia, que parece un matiz, cambia todo el enfoque: no tratamos mocos, tratamos procesos infecciosos y evoluciones.
🧬 Qué ocurre de verdad
Cuando un niño se resfría, todo el sistema respiratorio se inflama: nariz, garganta, laringe, tráquea, bronquios… Todo forma parte del mismo “tubo”. A veces el proceso se queda en la parte alta (mocos, tos leve, algo de fiebre) y se resuelve solo. Otras veces, el mismo virus —o una bacteria que se aprovecha del terreno— se extiende hacia los bronquios o el pulmón. Entonces aparecen fiebre persistente, tos más profunda, dificultad respiratoria o cansancio.
Pero eso no significa que el moco haya viajado, sino que la infección ha cambiado de zona.
💨 De los mocos a la neumonía… y, en raras ocasiones, a la meningitis.
La mayoría de los resfriados se curan sin antibióticos y sin complicaciones. Sin embargo, algunos niños pequeños, con antecedentes de bronquiolitis, asma o defensas más bajas, pueden desarrollar una neumonía.
Y en casos aún más excepcionales, una infección bacteriana de oído o de los senos paranasales puede extenderse hacia el sistema nervioso y causar meningitis. No es culpa de nadie, ni del pediatra que dijo “son mocos”, ni del padre que esperó un día más: simplemente, las infecciones no siempre siguen el guion.
Por eso los pediatras insistimos en el famoso “control evolutivo”:
Si en 48–72 h algo no mejora, revalorar. Si la fiebre vuelve o el niño está más decaído, volver a revisar.
No es desconfianza, es prudencia pediátrica.
👀 Qué observar en casa
Fiebre que no baja después de tres días o reaparece tras mejorar.
Tos profunda, persistente o con silbidos.
Respiración acelerada, costillas que se marcan o hunden.
Niño que come o juega mucho menos.
Palidez, quejido, somnolencia o ese “algo distinto” que solo los padres perciben.
La intuición de los padres no sustituye al fonendo, pero suele tener un oído agudo.
💊 “¿Y no podríamos darle algo por si acaso?”
Lo entiendo. Porque cuando un niño se pone malo, el “por si acaso” suena a protección. Pero en medicina, muchas veces, ese “por si acaso” no ayuda… e incluso puede hacer daño.
🔹 Los virus no se curan con antibióticos.
La mayoría de las infecciones respiratorias infantiles (mocos, tos, fiebre inicial) son víricas, y los antibióticos solo matan bacterias. Darlos sin indicación:
No previene neumonías.
No evita meningitis.
Sí puede alterar la flora intestinal, provocar diarrea o generar resistencias bacterianas.
👉 En resumen: el antibiótico no “por si acaso”, sino “si hace falta”.
🔹 El cuerpo necesita hacer su trabajo.

El sistema inmunitario del niño aprende enfrentándose a virus comunes. Cada catarro es una leve preparación: fiebre, mocos, tos… y recuperación. Intervenir demasiado pronto (con antibióticos, jarabes o corticoides sin indicación) rompe ese aprendizaje natural.
🔹 Entonces, ¿qué sí podemos hacer?
Mantener óptima hidratación y lavados nasales frecuentes.
Controlar la fiebre con paracetamol o ibuprofeno si está incómodo.
Observar la evolución y volver al pediatra si hay señales de alarma.
Evitar remedios “milagrosos” o recomendaciones de internet.
😴 “¿Y usted no me da nada, doctor?”
La pregunta suena a súplica después de tres noches sin dormir. El niño tose como un tractor, los padres bostezan con cara de zombis y el bote de suero ya va por la mitad. Y entonces llega el momento incómodo:
“El otro pediatra me dio ibuprofeno para la tos, un jarabe para la tos y otro para los mocos. A ver si duerme… y de paso nosotros también.”
Entiendo la verdad. Pero dar algo no siempre equivale a curar.
🔹 Ibuprofeno y tos
El ibuprofeno no cura la tos. Sirve para aliviar el malestar o la fiebre si los hay, pero no tiene ningún efecto sobre la mucosidad ni el reflejo de la tos. De hecho, la tos es un mecanismo de defensa: el cuerpo intenta limpiar las vías respiratorias. Suprimirla por completo no es buena idea, sobre todo en los más pequeños.
🔹 Jarabes para la tos
La mayoría de los jarabes comerciales no han demostrado eficacia en niños pequeños. Algunos combinan antihistamínicos, descongestionantes y sedantes que pueden producir más efectos secundarios que beneficios. Y aunque algunos “ablanden” la tos o la calmen unas horas, no acortan la enfermedad ni previenen complicaciones.
🔹 Jarabes para los mocos
Los famosos mucolíticos o expectorantes no son recomendables por debajo de los 6 años. En lactantes y preescolares, pueden incluso empeorar la congestión al aumentar la secreción que luego no pueden expulsar bien.
👉 En resumen: menos farmacia y más paciencia.
💡 Qué sí ayuda de verdad
Lavados nasales frecuentes, sobre todo antes de comer y dormir.
Inhalar vapor o humidificar el ambiente (sin eucaliptos ni mentoles).
Elevar un poco la cabecera del colchón.
Mucha hidratación: el agua es el mejor mucolítico.
Si hay fiebre o malestar, ibuprofeno o paracetamol según pauta, pero no “para la tos”, sino para el confort.
Y lo más importante: tiempo. Los catarros duran unos 7–10 días. Los jarabes, 10 ml tres veces al día. El sentido común, 24 horas… pero hay que recargarlo con sueño y paciencia.
💭 “Si le hubiera dado algo, seguro que no lo hubiera cogido”.
Esa frase resume lo que todos sentimos: la necesidad de hacer algo. De creer que el jarabe, la pastilla o el antibiótico podían haber cambiado el curso de la historia. Pero en la mayoría de los casos, lo que cambia no es el resultado, sino la sensación de control.
Los virus tienen su propio guion, y los niños, su propio ritmo. Los padres pueden acompañar, aliviar, observar, prevenir… pero no pueden (ni deben) ganar todas las batallas con medicación.
🔹 Lo que sí previene de verdad
Vacunas al día.
Ambientes ventilados y libres de humo.
Higiene de manos (y mocos, si se dejan).
Descanso, alimentación equilibrada y observación atenta.
Y, sobre todo, confianza mutua: ni los padres ni los pediatras acertamos el 100 % de las veces, pero cuando trabajamos juntos, el margen de error se vuelve mínimo.
💬 Frases para sobrevivir al invierno
“Los mocos no bajan al pecho ni suben al cerebro: lo que sube o baja es la infección.”
“No es falta de diagnóstico, es evolución.”
“El pediatra no adivina, acompaña y reevalúa.”
“Por si acaso no siempre significa por tu bien.”
“A veces el mejor tratamiento no está en la farmacia, sino en el sofá, con suero, brazos y calma".
“No lo cogió porque le diste algo; lo cogió porque es un niño y su sistema inmunitario está en prácticas.”
🧩 En resumen
El ibuprofeno no quita la tos, los jarabes no acortan el catarro y los mocos no bajan al pecho.
Los niños no necesitan tres medicamentos distintos: necesitan tiempo, vigilancia y descanso.
Los padres, una ducha reconfortante y una noche entera de sueño (que no se receta, pero cura).
Y todos, un poco más de confianza en la biología y un poco menos en el “por si acaso”.
🧡 Si te quedas con una idea.
Cuando escuches “eran solo mocos y acabó con neumonía o meningitis”, recuerda: no fue el moco el que bajó, sino la infección la que cambió de escenario. Y tu papel como padre o madre no es adivinar el final, sino reaccionar a tiempo cuando el guion cambia. A veces, la mejor medicina no está en el frasco… sino en la paciencia.
Categorías: Pediatría cotidiana · Infecciones respiratorias · Prevención · Padres primerizos.



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