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Tripitas inteligentes: así cuida la microbiota el cerebro de tu hijo

  • Foto del escritor: JOSE ANGEL BILBAO SUSTACHA
    JOSE ANGEL BILBAO SUSTACHA
  • hace 3 días
  • 8 Min. de lectura

Un jardín invisible desde el nacimiento

¿Sabías que tu hijo tiene más bacterias que células humanas?. En su intestino hay millones de pequeñas aliadas que no ves, pero que trabajan cada día por su salud.

El cuerpo de un recién nacido parece frágil, pero en su interior empieza a construirse uno de los sistemas más complejos y fascinantes del ser humano: su microbiota intestinal.

Este "jardín microscópico" está formado por miles de especies de bacterias (la mayoría buenas), virus, hongos y otros microorganismos que habitan principalmente en el intestino, pero también en la piel, la boca o los pulmones.

El proceso de siembra empieza pronto: al nacer, el bebé recibe los primeros microbios al pasar por el canal del parto (o por contacto con el entorno si nace por cesárea). La lactancia materna sigue enriqueciendo su microbiota con bacterias beneficiosas y azúcares especiales que las alimentan. Más adelante, los alimentos, el entorno familiar, la naturaleza, los animales y hasta los abrazos ayudan a diversificarla.

Una microbiota rica y equilibrada es clave para una salud robusta. Y, sin embargo, no siempre lo entendemos así: en consulta pediátrica escucho muchas dudas, miedos… y también mitos que vale la pena desmontar.

¿Qué es la microbiota y cuándo se forma?

La microbiota es el conjunto de microorganismos que viven en nuestro cuerpo y que, lejos de ser enemigos, nos ayudan a mantenernos sanos. La mayoría se encuentran en el intestino, pero también los hay en la piel, la boca o los pulmones.

Aunque todos tenemos microbiota, la infancia es una etapa clave para su desarrollo. Y cuanto más variada y equilibrada sea en estos primeros años, más preparada estará para protegernos toda la vida.

Desde el nacimiento, incluso desde el tipo de parto, empieza ese proceso de colonización. La lactancia, el contacto físico, los primeros alimentos y el entorno en el que crece el niño influyen directamente en su microbiota. Los primeros 2-3 años son fundamentales para sembrarla bien.

Diferencias según factores ambientales y genéticos

La composición de la microbiota no es igual en todos los niños. Existen diferencias importantes según factores genéticos y ambientales:

  • Genética: Aunque el entorno tiene una gran influencia, se ha visto que ciertas variantes genéticas del huésped pueden favorecer la presencia o ausencia de determinadas especies bacterianas. Por ejemplo, algunos niños producen más moco intestinal o tienen diferencias en su sistema inmunitario innato que afectan cómo interactúan con las bacterias.

  • Lugar de nacimiento: Bebés nacidos en entornos rurales suelen tener una microbiota más diversa que los nacidos en zonas urbanas, probablemente por mayor contacto con animales, naturaleza y menor uso de productos químicos.

  • Cultura alimentaria familiar: La dieta tradicional (rica en fibra, legumbres, verduras y alimentos fermentados) favorece una microbiota más rica en bacterias beneficiosas. En cambio, dietas muy occidentales, ricas en azúcares, carnes procesadas y ultraprocesados, reducen esa diversidad.

  • Uso de medicamentos: El uso de antibióticos en los primeros años, así como antiácidos, también tiene un impacto diferencial. Algunos estudios sugieren que niños expuestos a múltiples tandas de antibióticos tienen una microbiota menos resistente y más inestable.

  • Estilo de vida familiar: Factores como el estrés materno, el sueño irregular, la exposición a pantallas o el sedentarismo infantil también se asocian con una microbiota menos diversa.

Estas diferencias no solo afectan la digestión, sino también el sistema inmune, el metabolismo y, como ya hemos visto, el desarrollo cerebral.

La microbiota es el conjunto de microorganismos que viven en nuestro cuerpo y que, lejos de ser enemigos, nos ayudan a mantenernos sanos. La mayoría se encuentran en el intestino, pero también los hay en la piel, la boca o los pulmones.

Aunque todos tenemos microbiota, la infancia es una etapa clave para su desarrollo. Y cuanto más variada y equilibrada sea en estos primeros años, más preparada estará para protegernos toda la vida.

Desde el nacimiento, incluso desde el tipo de parto, empieza ese proceso de colonización. La lactancia, el contacto físico, los primeros alimentos y el entorno en el que crece el niño influyen directamente en su microbiota. Los primeros 2-3 años son fundamentales para sembrarla bien.

¿Qué daña o desequilibra la microbiota infantil?

A veces, sin querer, tomamos decisiones que afectan a ese ecosistema en desarrollo. Estas son algunas de las cosas que más pueden alterarlo:

  • Antibióticos innecesarios o frecuentes, que eliminan bacterias buenas.

  • Dieta pobre en fibra y rica en azúcar y productos procesados.

  • Falta de contacto con la naturaleza, exceso de pantallas y vida en interiores.

  • Exceso de higiene: desinfectar todo constantemente impide el contacto con microbios necesarios.

  • Estrés, mal descanso o rutinas inestables, que también afectan al equilibrio intestinal.

La buena noticia es que la microbiota es flexible, y se puede cuidar y fortalecer con decisiones cotidianas.

¿Cómo cuidar la microbiota de tu hijo?

  • 1. Comida real, variada y con fibra

Las bacterias buenas del intestino se alimentan de fibra. Y esa fibra no está en suplementos mágicos, sino en la comida que crece en la tierra:

  • Frutas y verduras frescas.

  • Legumbres como lentejas y garbanzos.

  • Cereales integrales: avena, pan integral, arroz integral.

  • Frutos secos y semillas (adaptados a la edad).

Evita los ultraprocesados, azúcares añadidos y productos muy refinados. No se trata de prohibir, pero sí de elegir lo que nutre de verdad.

Consejo práctico: cambia el zumo por fruta entera, añade legumbres a los purés, y ofrece pan integral en el desayuno.

Una alimentación rica en fibra no solo cuida el intestino: educa el gusto y previene muchas enfermedades futuras.

  • 2. Rutinas, descanso y calma

Puede parecer que la microbiota solo depende de lo que comemos, pero también se ve afectada por cómo vivimos.

Un niño que duerme mal, come sin horarios, vive con prisas o en un entorno caótico, puede tener una microbiota más desequilibrada. El intestino necesita también ritmo, tranquilidad y descanso para funcionar bien.

  • Horarios regulares para las comidas y el sueño ayudan a los ciclos intestinales.

  • Dormir lo suficiente y según su edad permite reparar tanto el cuerpo como el intestino.

  • Reducir el estrés (sí, también en los niños) tiene un efecto directo sobre su salud digestiva.

3. Más naturaleza, menos pantallas

El contacto con la naturaleza, la tierra, las plantas y los animales enriquece la diversidad microbiana del niño. Y esa diversidad es salud. No hay probiótico que sustituya a una tarde de juegos al aire libre.

  • El contacto con mascotas mejora la inmunidad y aporta microbios beneficiosos.

  • Tocar tierra, plantas o mojarse los pies en un río no es peligroso: es natural, es sano.

  • La microbiota también sufre con el exceso de sedentarismo, pantallas y vida en interiores.

Los niños necesitan movimiento, aire, espacio y exploración. No solo para crecer por fuera… también para crecer por dentro.

Microbiota y cerebro: una conexión que empieza en la tripa

La ciencia lo confirma: el intestino y el cerebro están profundamente conectados. Este diálogo entre ambos se conoce como el eje microbiota-intestino-cerebro, y empieza a actuar desde la primera infancia.

Durante los últimos años, múltiples estudios han demostrado que la microbiota no solo participa en la digestión y la inmunidad, sino que también influye en:

  • El desarrollo del sistema nervioso central, gracias a los metabolitos que produce.

  • La maduración de la microglía, células clave para la organización del cerebro en etapas tempranas.

  • La regulación del eje del estrés.

  • La producción de neurotransmisores como la serotonina o el GABA.

¿Cómo influye la microbiota en el estrés y las emociones?

La microbiota tiene un papel clave en la regulación del eje hipotálamo-hipófisis-adrenal (HHA), el sistema que activa la respuesta al estrés. Un equilibrio adecuado en la microbiota intestinal ayuda a modular la liberación de cortisol, la principal hormona del estrés. En cambio, una microbiota alterada o disbiótica puede intensificar o prolongar esta respuesta, haciendo que el cuerpo del niño esté más reactivo ante los estímulos del entorno.

Además, muchas de las bacterias intestinales producen o estimulan la producción de neurotransmisores relacionados con el bienestar emocional:

  • Serotonina: el 90% se produce en el intestino. Está relacionada con el estado de ánimo, el sueño y la autorregulación.

  • GABA (ácido gamma-aminobutírico): favorece la calma y la reducción de la ansiedad.

  • Dopamina: implicada en el placer, la motivación y el aprendizaje.

En estudios con niños y adolescentes, se ha observado que una microbiota más rica y diversa se asocia con mayor estabilidad emocional, menor ansiedad y mejores patrones de sueño y comportamiento. Por el contrario, una microbiota empobrecida se ha vinculado con mayor irritabilidad, alteraciones del sueño y dificultades de regulación emocional.

Esto no significa que todo malestar emocional provenga del intestino, pero sí nos invita a tener en cuenta este componente biológico como parte de una crianza integral y respetuosa.

La ciencia lo confirma: el intestino y el cerebro están profundamente conectados. Este diálogo entre ambos se conoce como el eje microbiota-intestino-cerebro, y empieza a actuar desde la primera infancia.

Durante los últimos años, múltiples estudios han demostrado que la microbiota no solo participa en la digestión y la inmunidad, sino que también influye en:

  • El desarrollo del sistema nervioso central, gracias a los metabolitos que produce.

  • La maduración de la microglía, células clave para la organización del cerebro en etapas tempranas.

  • La regulación del eje del estrés.

  • La producción de neurotransmisores como la serotonina o el GABA.

¿Y qué dice la investigación más reciente?

  • En niños con trastorno del espectro autista (TEA) o TDAH, se han encontrado perfiles de microbiota intestinal distintos respecto a la población general, incluso antes de que aparezcan los síntomas conductuales.

  • En bebés prematuros, una microbiota menos diversa se asocia con mayor riesgo de problemas neurológicos como parálisis cerebral o retraso en el desarrollo.

  • La presencia de ciertas bacterias se ha vinculado con la aparición de comportamientos relacionados con el miedo, la atención y la regulación emocional.

Estos hallazgos no significan que la microbiota sea la única causa, pero sí un factor clave a tener en cuenta en el desarrollo neurológico y emocional infantil.

Mitos frecuentes sobre la microbiota infantil

"Si mi hijo toma biberón, ya no tiene buena microbiota"No es cierto. La lactancia materna tiene muchos beneficios, pero no es lo único que cuenta. Lo que tu hijo come más adelante, si juega al aire libre, si duerme bien o si tiene contacto con animales también influye en su microbiota.

"Después de cada antibiótico, hay que dar probióticos"Depende. A veces el intestino se recupera solo. En otros casos, como tras tratamientos largos o si hay diarrea, sí pueden ayudar… pero siempre es mejor que lo indique el pediatra.

"La microbiota se arregla tomando suplementos"Ojalá fuera tan fácil. La base está en la alimentación real, el descanso y el contacto con el mundo. No hay cápsula que sustituya eso.

"Mi bebé no tiene microbiota porque solo toma leche"Sí la tiene. Desde el nacimiento ya está creciendo, gracias al tipo de parto, la leche, el contacto piel con piel y el entorno familiar.

"Hay que desinfectar todo para que no se enferme"Todo lo contrario. Jugar en el suelo, tocar plantas o ensuciarse no solo es normal: es necesario para fortalecer la microbiota.

"Si tiene gases o barriga hinchada, seguro es por su microbiota"Puede ser, pero no siempre. La microbiota influye, pero no es la única causa. Mejor observar y consultar si el malestar persiste.

Reflexión final: Criar también es sembrar

Cuidar la microbiota no es una moda ni una complicación más en la crianza. Es, en realidad, volver a lo esencial.

Comida real, descanso, naturaleza, juego libre, afecto.La microbiota infantil no se construye con prisas ni se repara con productos milagro. Se cultiva con tiempo, vínculo y pequeños gestos diarios.

Porque al final, criar también es sembrar dentro de nuestros hijos un jardín invisible que los acompañará toda la vida.Y como todo jardín, lo que más necesita es paciencia, luz, raíces sanas… y un entorno que lo deje crecer.


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