Descubrí el hygge en Copenhague… y me cambió la forma de ver la crianza.
- JOSE ANGEL BILBAO SUSTACHA
- 22 abr
- 6 Min. de lectura

Ahora que dispongo de tiempo libre, me dedico a observar. No las obras, como hacen muchos jubiletas (dicho con todo el cariño del mundo), sino otra obra maestra en sí misma: la infancia.Ya sabéis, rabietas en tiempo real, tonos de voz en los parques, uso del chupete a edades discutibles, mochilas tamaño mini que parecen expediciones al Ártico, y todo ese pequeño inventario que a un pediatra de vocación —y de deformación profesional— no se le escapa.
Reconozco que, en ocasiones, soy un poco puntilloso. Pero es que el diablo —o la ternura, según se mire— está en los detalles. Y esos detalles dicen mucho de cómo criamos, de qué valoramos, y de hacia dónde van nuestros hijos… y nosotros con ellos.
Todo esto viene a colación de un pequeño viaje reciente a Copenhague, la ciudad de Hans Christian Andersen, donde más allá de las sirenitas, los canales y las bicis con canasto, me encontré observando algo que me fascinó: una manera distinta de vivir la infancia.
Y quiero contaros lo que vi, lo que sentí y lo que creo que podríamos aprender, o al menos mirar con otros ojos. Porque como decía Andersen, a veces hay que pasar por mucho para reconocerse cisne.
🦢 El Patito Feo: un cuento que no es solo un cuento
Todos conocemos la historia del patito que no encajaba. Lo que quizá no sabíamos de pequeños —ni muchos adultos saben hoy— es que Andersen escribió ese cuento con el corazón en carne viva. Fue él ese patito: un niño raro, sensible, pobre, excluido.Y sin embargo, dentro de esa aparente torpeza, había un cisne esperando desplegar sus alas.
En Copenhague me pregunté cuántos niños, en nuestras consultas, en nuestras familias, en nuestras aulas… aún no saben que son cisnes.Y cuántos adultos no saben mirar más allá de las plumas grises.
Los cuentos, como el de Andersen, no siempre tuvieron finales felices. Muchos terminaban con pérdida, sacrificio o dolor. No para asustar, sino para preparar a los niños para el mundo real, con sus luces y sus sombras. El Patito Feo tiene un final luminoso, sí, pero no sin antes atravesar la oscuridad.Ese es su poder: enseña que el dolor no es el final de la historia, que uno puede transformarse, reconocerse, y encontrar su lugar incluso después de haber sido rechazado.
Como pediatra, sé que no todos los cuentos necesitan un final feliz. Pero sí necesitan verdad emocional. Y este cuento, con su ternura y su crudeza, nos recuerda que los niños no necesitan que les ocultemos el conflicto, sino que les mostremos que pueden atravesarlo acompañados.
Porque el sufrimiento, sí, duele. Y no se puede edulcorar. ¿Cuántos no han llorado —niños y adultos por igual— con la muerte de Mufasa en El Rey León?Ese momento nos desgarró a todos. Y aún así, lo recordamos como parte de una historia que nos enseñó sobre el amor, la pérdida, la valentía y el legado.Porque hay emociones que solo se aprenden si se sienten. Y los buenos cuentos no las esconden: las acompañan.
Hoy, sin embargo, muchas grandes productoras de contenido infantil, como Disney, planifican sus historias al milímetro: testan emociones, miden el impacto del final, y construyen estructuras narrativas que aseguren una experiencia “redonda”.Todo está pensado para que el espectador —niño o adulto— salga satisfecho, aliviado, sin heridas abiertas.Y aunque eso puede ser útil en ciertos momentos, también deja poco espacio para la ambigüedad, para la tristeza, para las emociones complejas que los cuentos clásicos sí sabían contener.
Quizás por eso El Patito Feo sigue siendo tan vigente. Porque no tiene moraleja impuesta, ni estructura prefabricada. Tiene vida. Y como la vida, duele antes de deslumbrar.
Y en este punto me permito abrir una pequeña ventana personal. Como pediatra de la época del baby boom, y como padre, sé que muchos de nosotros hemos querido dar a nuestros hijos lo que nosotros no tuvimos. Crecimos con carencias, con normas estrictas, con afecto medido… y eso, a veces, nos hizo volcar en exceso.Queríamos protegerlos de todo dolor. Asegurarles un camino sin heridas. Pero la vida no funciona así.
Mi profesión me ha enseñado a ver las cosas de otra manera. He aprendido que criar no es evitar todo sufrimiento, sino estar ahí cuando llegue.Que no se trata de construir una infancia sin caídas, sino de ofrecer un suelo blando donde siempre puedan volver. Que a veces, el patito no necesita que lo vistamos de cisne… sino que le digamos que está bien ser quien es, incluso si aún no ha desplegado sus alas.
Hygge: cuando el hogar es un refugio emocional
En Dinamarca descubrí una palabra que ya no se me olvida: hygge.No tiene traducción

exacta, pero significa muchas cosas: bienestar, calidez, presencia, intimidad, hogar. Y pensé: eso que los daneses llaman hygge, nosotros podríamos llamarlo “hacer familia”.
No es tener una casa bonita. Es hacer de esa casa un lugar donde el niño quiere volver. Donde se lee un cuento bajo una manta, se hornean galletas sin prisa, se está. Se acompaña. Se abraza sin reloj. En Dinamarca no solo crían niños. Construyen nidos emocionales.
✨ ¿Qué es hygge med familien?
El concepto de hygge es tan cálido y evocador que casi parece una caricia convertida en filosofía. Aunque no tiene una traducción literal al español, encapsula la idea de bienestar emocional, calidez, presencia y un sentido profundo de intimidad y conexión.En el contexto de “hacer familia”, el hygge med familien no es solo un eslogan, sino una forma de construir lazos más fuertes y significativos en el día a día.
En esencia, este concepto danés gira en torno a crear espacios y momentos donde las personas puedan relajarse, sentirse seguras y verdaderamente conectadas. No se trata de lujo ni de grandes gestos; más bien, de disfrutar lo cotidiano con cariño y atención. Puede incluir actividades tan sencillas como:
Leer un cuento bajo una manta acogedora.
Hornear galletas juntos mientras compartís risas y anécdotas.
Disfrutar de una comida sin prisas, sin pantallas, y con conversaciones genuinas.
Mirar caer la lluvia desde la ventana mientras se escucha música suave.
🌿 ¿Por qué es importante?
En un mundo marcado por el ruido y las agendas abarrotadas, hygge med familien nos invita a desacelerar y a dar prioridad a lo que realmente importa: la conexión emocional.Es un recordatorio de que el hogar no es solo un espacio físico, sino un refugio donde cada miembro de la familia puede sentirse querido, comprendido y respetado.
💡 Cómo incorporar hygge med familien en la crianza
Aquí algunos pequeños pasos para adoptar este enfoque en la vida familiar:
Crear rutinas acogedoras: Por ejemplo, establecer un momento diario para abrazarse y compartir algo positivo del día.
Priorizar el tiempo de calidad: No necesitas grandes planes, solo momentos sencillos donde los niños puedan sentir tu presencia plena.
Valorar lo cotidiano: Hacer del día a día un lugar especial, con detalles que generen bienestar, como velas encendidas durante la cena o música tranquila de fondo.
Ofrecer escucha y compañía: Cuando un niño esté triste o frustrado, en lugar de corregir de inmediato, simplemente estar allí y acompañarlo con ternura.
El hygge med familien es más que una práctica: es una actitud. Es un recordatorio de que hacer familia no consiste en perfección ni en planificar todo, sino en crear un ambiente donde cada miembro pueda florecer.
😴 La siesta como derecho y como ritual de respeto
Me sorprendió ver cómo las escuelas infantiles tienen una rutina muy marcada y serena. La siesta no es una imposición, es una necesidad respetada.Y lo más bonito: muchos bebés duermen fuera, al aire libre, incluso en invierno. Con sus mantas y gorritos, mientras cae la nieve. Aire puro, descanso profundo.
Ahí entendí que descansar también es criar. Que la siesta no es una batalla si el ambiente acompaña. Y que el sueño no es un problema si hay ritmo, calma y afecto.
No se trata de dormir por dormir, sino de crear espacios donde el cuerpo y el alma puedan aflojar. Y eso, en plena infancia, es casi revolucionario.
🚲 Crianza sobre ruedas (y en comunidad)
Y claro, están las bicicletas. ¡Copenhague es el paraíso de la crianza con ruedas!Niños que van al cole en bicis-cargo, que juegan en las plazas mientras los padres toman un café, que aprenden a pedalear sin ruedines mientras saludan a media ciudad.
Ahí no hay prisa. Hay presencia en movimiento. La ciudad acompaña, no empuja. Los niños no estorban: forman parte del paisaje social. Incluso en los bares y cafeterías, hay rincones de juego. Tronas a mano. Cuentos en las estanterías. Nadie se molesta por una risa o un llanto.
En Dinamarca, los niños están integrados en la vida cotidiana, no apartados en espacios infantiles delimitados. La crianza sucede en la calle, en los parques, en las terrazas, en las bicis… y eso les da pertenencia, autonomía y alegría.
❤️ Copenhague me enseñó que criar no es controlar. Es acompañar.
Volví de Dinamarca con una certeza: una buena infancia no necesita tanto ruido.Solo necesita tiempo, mirada, espacio, confianza.Y si puede ser, una bici, una manta, un cuento, y alguien que, cuando te ve llorar, no te pregunta qué te pasa, sino que se sienta a tu lado.
Y eso, en resumen, es hygge med familien.
O como lo diríamos aquí: hacer familia, con ternura, con calma y con sentido.
qué opinais. Os leo
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