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Cuando el amor de los abuelos choca con tus normas: ¿cómo encontrar el equilibrio?

  • Foto del escritor: JOSE ANGEL BILBAO SUSTACHA
    JOSE ANGEL BILBAO SUSTACHA
  • 19 sept
  • 6 Min. de lectura

¿Demasiado largo? Te lo resumo.

¿Quién no recuerda aquellas negociaciones eternas con nuestros padres para conseguir una chuche insignificante? “Recoge tu cuarto, haz los deberes, saluda a la vecina…” Y solo entonces, si el universo conspiraba a nuestro favor, caía el ansiado premio. Pero ahora que esos mismos padres se han convertido en abuelos… ¡Todo ha cambiado! Las chuches vuelan con alegría, los regalos aparecen sin previo aviso y las normas parecen haberse evaporado entre abrazos y carcajadas.

¿Qué ha pasado? ¿Dónde quedó aquella firmeza educativa? En esta entrada exploramos ese curioso fenómeno que transforma a los padres estrictos en abuelos indulgentes, y cómo los padres de hoy pueden pactar límites sin romper la magia del vínculo intergeneracional. Cuando nace un hijo, también nacen abuelos. Y con ellos, todo un universo de consejos, caricias, mimos… y, sí, también diferencias de criterio. Si ser madre o padre ya supone un torbellino de dudas, sumar la experiencia —y a veces la insistencia— de los abuelos puede convertir la crianza en un auténtico campo de negociación.

Lo vemos cada día en consulta: padres que agradecen la ayuda de los abuelos, pero sienten que se saltan las normas. Abuelos que quieren colaborar, pero perciben que sus hijos “no valoran lo que ellos ya saben”. Y niños que disfrutan de tener más brazos que los sostengan... pero que necesitan coherencia educativa para sentirse seguros.

La pregunta es clara: ¿Cómo pactar normas con los abuelos sin perder la armonía familiar?


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1. Los abuelos: un tesoro, no un obstáculo

Antes de hablar de límites, hay que valorar lo esencial: los abuelos son una fuente de amor y estabilidad para los niños. La literatura científica lo respalda: contar con varias figuras de apego reduce la ansiedad, refuerza la autoestima y aumenta la resiliencia emocional.

Daniel Siegel lo llama “círculo de seguridad ampliado”: cuando un niño sabe que puede recurrir no solo a sus padres, sino también a sus abuelos, su sensación de protección se multiplica. Y David Bueno recuerda que en neurociencia la infancia se enriquece con cuantos más estímulos de calidad emocionales reciba.

Por eso, los abuelos no son un rival en la crianza, aunque a veces lo parezcan. Son aliados valiosos, siempre que aprendamos a coordinar cómo participan.

2. Tres categorías de normas

Pactar es más sencillo si diferenciamos qué entra en cada nivel.

a) Los irrenunciables

Son las normas que protegen la salud y seguridad del niño. No hay debate. Ejemplos:

  • Uso correcto de la sillita en el coche.

  • Cumplir la pauta de medicamentos o dieta por alergias.

  • Evitar alimentos de alto riesgo de atragantamiento.

Aquí no sirve el “en mi época no pasaba nada”. Hoy sabemos más, y eso implica aplicar medidas claras.

b) Los negociables

Son rutinas que influyen en la convivencia diaria, pero pueden adaptarse. Ejemplos:

  • Horario de pantallas.

  • Cantidad de dulces.

  • Hora de la siesta o de acostarse.

Se pueden ajustar, pero siempre con un marco general definido por los padres.


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c) Los flexibles o “espacio de abuelos”

Son aquellas licencias que no ponen en riesgo la salud ni la coherencia global, y que incluso construyen recuerdos felices. Ese helado particular en la residencia de la abuela o esa serie que únicamente pueden visualizar con el abuelo.

La psicóloga Alison Gopnik lo explica bien: los niños entienden pronto que cada entorno tiene sus propias reglas, y aprender a adaptarse es un ejercicio de flexibilidad cognitiva.

3. Comunicación: más crucial el cómo que el qué.

El 80% de los conflictos con los abuelos no tiene que ver con las normas en sí, sino con la forma en que se transmiten.

Algunas claves:

  • Empieza siempre agradeciendo: “Nos encanta que estén con vosotros y se lo pasen tan bien.”

  • Habla en positivo: mejor “ayúdanos a que cene fruta” que “no le des galletas”.

  • Sé concreto: no sirve un “hazlo igual que en casa”; sí sirve un “acuéstalo a las nueve, aunque se quede leyendo un poco antes”.

  • Reconoce su experiencia: “Vosotros criasteis a tres hijos, y valoramos mucho lo que habéis aprendido. Ahora intentamos hacerlo así.”

El tono marca la diferencia entre generar colaboración o levantar un muro.

4. El miedo a “quedar mal”

Muchos padres temen poner límites a los abuelos para no parecer desagradecidos. Pero la clave está en recordar que vosotros sois los responsables últimos de la crianza. No es cuestión de autoridad, sino de coherencia.

Daniel Goleman, en su trabajo sobre inteligencia emocional, insiste: cuando los padres actúan desde la culpa, la comunicación se debilita. En cambio, cuando se actúa desde la seguridad interna de saber lo que uno quiere transmitir a sus hijos, los demás acaban adaptándose.

5. Cuando los abuelos discrepan

Hay situaciones en las que los abuelos pueden oponerse frontalmente:

  • “No necesita tanta vacuna, antes no era así.”

  • “No pasa nada si no usa casco, exageráis.”

  • “Déjalo llorar, que se malacostumbra.”

Aquí es importante distinguir entre resistencia emocional (les cuesta sentirse desautorizados) y conflicto profundo (no aceptan la visión actual de crianza).

Para lo primero: paciencia y repetición calma. Para lo segundo: limitar su papel en ese aspecto concreto. Por ejemplo, si no aceptan la sillita de coche, no deberían encargarse de llevar al niño.

6. Los niños aprenden que cada casa tiene sus reglas.

Lejos de confundir, tener normas diferentes según el entorno les ayuda a desarrollar flexibilidad. En casa de los abuelos puede haber una rutina distinta, y está bien. El problema aparece cuando hay contradicción explícita: “Tu madre exagera, no pasa nada si no te pones abrigo”. Eso debilita la autoridad parental.

La recomendación es clara: si los abuelos no están de acuerdo, lo conversan en privado, no delante del niño.

7. Celebrar el “modo abuelo”

No olvidemos que los abuelos ofrecen algo que los padres muchas veces no pueden: tiempo sin prisas. Ese paseo lento, esa receta tradicional, ese cuento contado mil veces. Y eso, desde el punto de vista pediátrico, es oro puro para el desarrollo emocional.

El objetivo no es que críen igual que los padres, sino que aporten ese plus de calma, ternura y perspectiva que solo ellos saben dar.

8. Estrategia práctica para pactar

Un método sencillo para aterrizar acuerdos:

  1. Como padres, definid qué es irrenunciable, negociable y flexible.

  2. Planteadlo en positivo en una conversación tranquila con los abuelos.

  3. Agradeced los avances cada vez que respeten las normas.

  4. Revisad periódicamente si algo no funciona.

9. Convivencia diaria: cuando los abuelos viven en casa

En estos casos la fricción puede ser mayor. Funciona bien acordar por escrito las rutinas básicas del niño (en la nevera, en un papel visible). No como imposición, sino como guía común que evita malentendidos.

10. El tema de los secretos: nunca “que no se enteren tus papás”.

Aquí sí conviene ser tajantes: los abuelos no deben fomentar secretos entre ellos y los nietos a espaldas de los padres.

Frases como “esto es solo entre tú y yo, que no se enteren en casa” parecen inocentes, pero transmiten un mensaje peligroso: que hay cosas que no se cuentan a los padres. Y si normalizamos eso, el niño podría callar también lo realmente grave.

La prevención del abuso y la construcción de vínculos seguros se basan en un principio: los niños deben sentir que pueden contar absolutamente todo a sus padres.

Además, en la práctica ocurre que casi siempre lo acaban contando, y eso genera desconfianza y conflictos innecesarios.

La alternativa es clara:

  • Sorpresas, sí (preparar un dibujo para mamá, un postre para papá).

  • Secretos, no.

El mensaje que deben recibir los niños: “Con los abuelos puedes disfrutar, pero nunca tendrás que ocultar nada a tus padres”.

11. Y ojo con las tías (y demás familia)

No solo los abuelos opinan. En muchas familias están las tías con carácter, los tíos que aconsejan sin filtros o los cuñados convencidos de que saben más porque “lo han leído en internet”.

Estas figuras aportan cariño y apoyo, pero también pueden generar ruido si no se clarifica su rol.

  • Reconocer el afecto: la mayoría de las veces actúan desde la buena intención.

  • Definir su papel: no es lo mismo acompañar un rato que encargarse de rutinas clave.

  • Evitar comentarios delante del niño: frases como “tu madre exagera” minan la autoridad parental.

  • Elegir las batallas: si la tía sugiere un juego diferente, no pasa nada; si contradice una pauta médica, sí conviene intervenir.

Lo esencial: los niños necesitan comprender que la última palabra la tienen los padres. La familia extensa suma, pero no sustituye.

12. El equilibrio final

Pactar normas con los abuelos —y con la familia extensa— no significa controlar cada detalle ni ceder en todo. Significa buscar un punto de encuentro que proteja la coherencia educativa sin perder la riqueza de la experiencia intergeneracional.

Los niños crecen con más recursos emocionales cuando se sienten cuidados por varias manos, escuchados por varias voces y queridos por varias generaciones.

Reflexión final

Educar a un hijo es un acto coral. Los padres llevan la batuta, pero los abuelos, tías y tíos son instrumentos esenciales en la orquesta. Y lo importante no es que todos toquen la misma nota, sino que la melodía final sea armónica.

Empodérate: las normas las marcáis vosotros. Pero abre espacio para que los abuelos y la familia extensa aporten su música. Porque en el recuerdo de tu hijo, esas melodías quedarán grabadas como parte de una infancia feliz.

 
 
 

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